martes, 27 de diciembre de 2011

EL PAPADO INFLUIDO POR LOS REYES DE FRANCIA


Apóstol Dr. Gabriel Sánchez Velázquez ministrando al Pastor
Juan Daniel, su substituto en Filadelfia GAM


Antecedentes.
Remigio, el obispo de Reims, buscaba  la protección de una autoridad fuerte para su pueblo. Los contactos fueron numerosos entre el rey y el obispo; este último incita al rey a proteger a los católicos que habitan en su territorio. Gracias a su carisma y quizás en razón de la autoridad que él mismo representaba, Remigio supo hacerse respetar de Clodoveo y le sirvió hasta de consejero. Lo incitó notablemente a pedir la mano de la princesa Clotilde, una princesa católica de alto linaje, hija del rey de los Burgundios con quien se casó en 492.
Desde entonces, Clotilde hizo de todo para convencer a su esposo de convertirse al Catolicismo. Al principio, Clodoveo fue reticente, dudaba de la existencia de un Dios único, y la muerte prematura de su primer hijo,  bautizado en el Catolicismo,  agrandó su desconfianza, además temía perder el apoyo de la parte de su pueblo que todavía era pagado,  si aceptaba el Catolicismo. Pero como buen estadista sabía que necesitaba  el apoyo del clero galo-romano de gran influencia sobre la población gala.
Todo cambió con  la batalla de Tolbiac contra los alamanes hacia el año 496. Clodoveo estaba a punto de ser capturado, estaba literalmente vencido, y después de invocar a sus dioses, se encomendó a Cristo, prometiéndole convertirse al Catolicismo si salía bien librado de esta batalla. En ese instante el jefe alamán fue alcanzado por una flecha y su ejército huyó dominado por el pánico.
Clodoveo recibe entonces el bautizo con unos 3000 guerreros de las manos de  Remigio, en Reims, el 25 de diciembre entre el año 496 y 499. Este bautizo se convirtió en un evento significativo en la historia de Francia, casi todos los reyes franceses fueron a partir de entonces consagrados en la catedral de Reims, hasta 1825, fecha en la cual el rey Carlos X de Francia accedió al trono.
Es también de destacar que el bautizo de Clodoveo marca el inicio del lazo entre el clero y la monarquía francesa, lazo que habría de perdurar hasta inicios del siglo XIX. A partir de Clodoveo, el soberano francés debía gobernar en nombre de Dios, y sólo sus descendientes directos podían pretender al trono. El bautizo permitió al rey implantar perdurablemente su autoridad sobre las poblaciones dominadas; gracias a su bautizo, le dio clero le dio su apoyo para expandir su reino.
Nueva Capital y sucesión.
Clodoveo escoge finalmente a París como capital en el año 508 luego de Tournai y Soissons. Es importante añadir que la ley Sálica fue fechada después de 507, algunas hipótesis indican que su promulgación coincidió con la instalación del rey en París.
Por razones  estratégicas se escogió París, ya que la ciudad había sido una ciudad-guarnición y residencia imperial al final del Imperio. Aunque el hecho de que París fuera la capital era solo simbólico, ya que el reino franco no tenía administración y los reyes francos que sucedieron a Clodoveo no le dieron importancia al hecho de ser propietarios de la ciudad.
Sin embargo, bajo el reino de Clodoveo y  el período  en que los merovingios tuvieron el poder, la ciudad no tuvo mayores cambios, el patrimonio antiguo de la villa fue conservado y hasta en ocasiones renovado. El paisaje de la ciudad cambió un poquito solamente por algunos edificios religiosos donados por la monarquía y la gente rica.
El 27 de noviembre de 511, muere en París a la edad de 45 años. Clodoveo fue inhumado en la Basílica de los Santos Apóstoles.
Reyes merovingios
Como ya se dijo, fue Clodoveo I nieto de Meroveo, quien  agrandó  el reino de los Francos al este en Alemania, y al sur-oeste en Aquitania dominada hasta entonces por los visigodos. A su muerte el reino franco fue dividido entre sus hijos, según la costumbre de los merovingios, Clotario I Rey de Soissons (511-561), de Reims (555-561) y de los Francos (558-561), Childeberto I Rey de Paris (511-558), Clodomiro Rey de Orleans (511-524) y Teodorico I Rey de Reims (511-534).
Otro monarca destacado de la dinastía fue Dagoberto I (¿? – 639) que después de muchos años de división territorial, volvió a unir los reinos francos bajo su gobierno. Después de Dagoberto I, el poder de los merovingios se fue disgregando y a medida que pasó el tiempo, los Mayordomos de palacio acabaron siendo los verdaderos dirigentes del reino franco. Los mayordomos de palacio Carlos Martel, y su hijo Pipino el Breve (fundador de la dinastía Carolingia), acabaron con el poder de los monarcas merovingios y Pipino destronó al último rey merovingio, Childerico III, para proclamarse rey de los francos. La dinastía merovingia, fue substituida entonces por la dinastía Carolingia.
Reyes Carolingios.
La dinastía deriva del matrimonio de los hijos de Arnulfo de Metz y Pipino el Viejo, ambos descritos por Fredegario como los señores más importantes de Austrasia. La familia consolidó su poder desde el segundo tercio del siglo VII consiguiendo que el oficio de mayordomo de palacio fuese hereditario, y convirtiéndose así en los verdaderos gobernantes de los francos; mientras que los reyes merovingios quedaban reducidos a un papel nominal.
El mayordomo de palacio Pipino el Breve (hijo de Carlos Martel y descendiente de Pipino el Viejo), logró destronar a su rey merovingio Childerico III, y ser reconocido rey de los francos con apoyo del Papa. Pipino fue sucedido en el trono franco por Carlos , conocido más como Carlomagno y Carlomán. El primero, años más tarde, expandiría su poder por gran parte de Europa Occidental y sería coronado emperador por el Papa en la Navidad del año 800 en Roma.
En esta dinastía, aparece el Imperio Carolingio, como es llamado por los historiadores el vasto territorio que unió Carlomagno bajo su reinado, el cual es un periodo derivado de la política de Pipino y Carlomagno. Este se disgregó pocas décadas después. Tras la muerte del hijo de Carlomagno, Luis I el Piadoso o Ludovico Pío, cuando los tres hijos de éste (Carlos, Lotario y Luis) se repartieron el imperio mediante el Tratado de Verdún (843). El poder de la dinastía entonces fue disminuyendo. La parte media, tras ser disgregada, se incorporó a zona oriental. Los carolingios de la parte oriental se extinguieron con la muerte en 911 de Luís el niño y en su lugar se estableció la Dinastía Sajona desde 919. Y la rama occidental de los carolingios se extinguió entre 888 y 987, y a partir de esa fecha se establecieron finalmente los Capetos en el trono de de los francos.
Los sucesores de Carlomagno no pudieron combinar los elementos políticos y la costumbre germánica de dividir el territorio entre todos los hijos del soberano. El Imperio de Carlomagno se basaba sobre la lealtad de los condes que gobernaban las distintas regiones hacia su persona y en las riquezas que derivaban de las conquistas. Su sucesor afrontó tres guerras civiles originadas por sus hijos que debilitaron el poder central; con lo cual, el territorio que había constituido el imperio de Carlomagno se disgregó en menos de cinco décadas, en medio de las guerras intestinas y los ataques de los nórdicos, dando paso al pleno auge del feudalismo.
Pipino III

A la muerte de Carlos Martel repartió, a la usanza de la época, sus títulos entre sus dos hijos: Carloman heredó el cargo de mayordomo (especie de Jefe de Gobierno o Primer Ministro) del palacio de Austrasia y Pipino,  mayordomo del palacio de Neustria.
Es el periodo de la decadencia de la dinastía merovingia, cuando los jóvenes "reyes holgazanes" no tienen ya ninguna autoridad y los mayordomos de palacio son los verdaderos gobernantes del Estado. Carlomán y Pipino se reparten entonces el poder del reino franco, que gobernarán entre los dos, luchando, en primer lugar, por devolver la estabilidad a las fronteras del reino.
Ambos inciaron  una reforma de la Iglesia Católica con la ayuda del Obispo Bonifacio y se realizaron dos concilios: uno en Austrasia, convocado por Carlomán en 742-743; el otro convicado por Pipino, en 744 en Soissons (Neustria), en el que adoptaron las decisiones tomadas en el concilio de Austrasia. Esta reforma estableció la jerarquía en el seno del clero franco, a cuya cabeza se encuentra Bonifacio (evangelizador de Germania), como dirigente de los obispos repartidos por las ciudades del reino.
Con el apoyo político del Papa Zacarías I,   Pipino, depuso al último rey merovin gio y s e proclamó rey de los francos. En 750, Pipino envió una delegación franca a entrevistarse con el Papa Zacarías I, en solicitud de una autorización para poner fin al decadente reino merovingio y ocupar el trono de Childerico. Zacarías aceptó y declaró que "debe ser Rey el que ejerce la realidad del poder".
En noviembre de 751, Pipino depone a Childerico III y se hace coronar  en Soissons, siendo proclamado por una asamblea de obispos, nobles y Leudes (grandes del reino). Esta elección se consiguió sin derramamiento de sangre. Childerico III, tras ser depuesto, es tonsurado (pierde sus largos cabellos, signo del poder entre los francos) y termina sus días encerrado en el monasterio de San Bertin, cerca de Saint-Omer.
Pero aunque Pipino haya conseguido el título de Rey y su poder, éste no le pertenece, y esta ruptura de la dinastía merovingia precisa de una nueva que deberá reemplazar la sucesión natural de padres a hijos. Esta continuidad queda asegurada por la consagración real seguida de la unción, simbolizada en el bautismo de Clodoveo I y la alianza particular entre la Iglesia y los reyes francos. Es en Soissons, donde el obispo Bonifacio, su consejero diplomático, le ungirá marcando su frente con el aceite santo —el Saint-Chrême— como ya se hacía a lo largo de una ceremonia en la que se consagraba a los reyes visigodos de Toledo. Por medio de esta unción, el rey de los francos, a partir de ese momento investido de una misión de guía militar y religiosa, detenta la fuerza moral del "derecho divino", es decir, de "dirigir los pueblos que Dios le confía"; pero esta legitimidad tiene impuesta una condición: la fidelidad a la Iglesia católica apostólica Romana y a quien la dirige. Pipino fue  consagrado por segunda vez, por Bonifacio, en diciembre de ese mismo año, en Maguncia, como señor de Austrasia.
Carlomagno
Carlomagno.
Fundó el llamado Imperio Carolingio, que se transformaría en el llamado Sacro Imperio Romano Germánico en 962, con la ascensión a la dignidad imperial de Otón I.
Carlomagno continuó la política de su padre Pipino el Breve de alianza y defensa del Papado. En el caso de Carlomagno, a las razones políticas para ello se agregaba su auténtico convencimiento sobre las supuestas bondades de un Imperio cristiano en el cual el Emperador y el Papa colaboraban mutuamente. Todavía joven y algo inexperto en sus relaciones con el astuto Papa Adriano I, con su sucesor León III Carlomagno estableció la supremacía del Emperador sobre el Papa.
En el caso de Adriano I, Carlomagno lo sostuvo frente a los lombardos. Extasiado el Rey de los Francos con la contemplación de Roma y sus iglesias y reliquias, el habilísimo Adriano, haciendo uso del falso y famoso documento conocido como la Donación de Constantino, lo indujo a entregar en teoría al Papado dos tercios de Italia. No obstante, la entrega de todos los territorios supuestamente prometidos nunca se materializó y Adriano debió contentarse con una parte, la correspondiente a la Donación de Pipino que coincidiera con el nacimiento de los Estados Pontificios. Debe destacarse que las relaciones entre Carlomagno y Adriano I fueron siempre buenas y mutuamente provechosas pues se trataba de dos personalidades destacadas cuyos fines, en el fondo, eran complementarios y ellos supieron reconocerlo.
La relación entre el Papa y el Emperador contribuyó a acrecentar grandemente el prestigio del Papado. En efecto, esta relación fue clave para acelerar enormemente el lento proceso —duró siglos— que paulatinamente fue convirtiendo al Papa, de su rol original de Obispo de Roma casi en igualdad de condiciones con los obispos de otras diócesis importantes e incluso inferior —en la práctica— al Patriarca de Constantinopla, en cabeza de la Cristiandad. A este proceso también contribuyó mucho el debilitamiento de Bizancio que fue perdiendo sus posesiones e influencia en la península italiana.
A la muerte de Adriano I, su sucesor, León III, enfrentó una rebelión de las familias aristocráticas de Roma y fue depuesto. Apeló a Carlomagno, quien viajó personalmente a  Roma con un ejército y presidió un sínodo que actuó como Juez del Papa, ya que sus detractores acusaban a León III de adulterio y de perjurio. El sínodo dio por bueno el juramento de León III de que era inocente de los cargos y lo absolvió, devolviéndole la tiara pontificia.
Lo importante de este hecho es su simbología: Carlomagno actuó como juez del Papa. Con ello, estableció la supremacía del Emperador. No obstante, al recibir la corona del Imperio de manos del Pontífice —Eginardo consignó después que Carlomagno no hubiera concurrido ese día a la basílica de San Pedro de haber sabido lo que se proponía a hacer León III; es obvio que Carlomagno estaba de acuerdo con su coronación como Emperador pero tal vez hubiera objetado la fórmula de coronación y que fuera el Papa y no él mismo quien pusiera la corona sobre su cabeza— se generó un peligroso antecedente que más adelante tendría consecuencias catastróficas para la dignidad imperial, entregada como fue tiempo después a meros reyezuelos por una serie de débiles y corruptos papas, hasta que Otón I la rescató bajo el nombre de Sacro Imperio Romano Germánico de la ignominia en que había caído.
Carlomagno sentía verdadero interés por los temas religiosos y hasta se permitió intervenir y —más aún— decidir sobre ellos. Frente al movimiento iconoclasta que dividía a los teólogos, Carlomagno sostuvo la veneración de las imágenes. Pero cuando por un error de traducción Carlomagno interpretó que el Concilio de Nicea aprobaba la «adoración» de las imágenes, convocó a un concilio en Frankfurt (794), cuyas conclusiones condenaron la adoración de las imágenes, a resultas de lo cual Carlomagno hizo poner por escrito las conclusiones de su concilio en los Libros Carolingios. Allí, como consecuencia de la mala traducción de una palabra, Carlomagno hizo constar lo que él consideraba su obligación: «Habiendo recibido del Señor en el seno de la Iglesia, el gobierno de nuestro reino...».
También por aquel entonces Carlomagno intervino a favor de establecer que el Espíritu Santo procede del Padre y del Hijo, a cuyos efectos hizo celebrar un concilio en Aquisgrán en 809–810, el cual fue determinante en la introducción del Filioque en el Credo. A la larga esto llevará al posterior cisma con la Iglesia de Oriente la cual interpretó que el Filioque introducía dos causas en la Trinidad.
En conclusión, Carlomagno impuso su autoridad protectora sobre el Papado en una relación que en la práctica fue mutuamente beneficiosa. Pero tras su muerte, el Papado no aceptó ser dominado por emperadores que no tenían la fuerza y las virtudes de Carlomagno. Imperio y Papado, dejando a un lado su mutua colaboración, iniciarán —tímidamente al principio, abiertamente después— una lucha, con treguas intermedias, que consumiría las energías de ambos y culminaría en el agotamiento del Imperio y el debilitamiento del poder temporal del Papado.