domingo, 6 de marzo de 2011

PEDRO VALDO, PRECURSOR DE LA REFORMA


El que Lyon fuera creada por los romanos en el siglo I d.C. le ha otorgado un patrimonio arquitectónico y cultural único en Francia perteneciente a todos los periodos históricos. Son 427 las hectáreas de Lyon nombradas Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO. Entre los monumentos protegidos se encuentran el barrio de Saint Jean, el de Croix Rousse o el teatro romano entro otros.
Fue esta ciudad la que vio surgir un gigante de la fe cristiana en el siglo XI ¿Su nombre? Pedro Valdo.

Confesión de fe y Propósito de Valdés y sus hermanos en 1180
Tomado y traducido de (Glaubensbekenntnis und Propositum des Waldes und seiner Bruder von 1180) DER LIBER ANTIHERESIS DES DURANDUS VON OSCA herausgegeben von KURT VICTOR SELGE Berlin 1967:
Advertencia a los lectores: No se maravillen si encuentran resabios católico ropmanos en sus escritos; recordemos que es un gran precursor de la Reforma, en quien muchos conceptos cristianos quedaron claros, pero, aceptémoslo; otros conceptos evangélicos ni siquiera los conoció del todo.
“En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo y de la beatísima siempre virgen María.
Sepan todos los fieles que yo Valdo y todos mis hermanos, ante los santos evangelios, creemos de corazón, entendemos en la fe, confesamos con la boca, y afirmamos con simples palabras que:
El Padre y el Hijo y el Espíritu Santo son tres personas, un solo Dios, y toda la divinidad es coesencial y consubstancial y coeterna y coomnipotente, y queda cada de las tres personas que están en la trinidad son plenamente Dios y que las tres personas son un único Dios, tal como está contenido en los símbolos “Creo en Dios”, “Creo en un solo Dios”, “Quien quiera”.
Confesamos y creemos con el corazón y con la boca que tanto el Padre como el Hijo, como el Espíritu Santo, un solo Dios, al cual nos estamos refiriendo, es el creador y hacedor y gobernador y disponedor en su debido tiempo y lugar de todas las cosas visibles e invisibles, celestes y aéreas, acuáticas y terrenas.
Creemos que es uno y el mismo autor del Nuevo y del Antiguo Testamento, es decir de la ley de Moisés y de los profetas, el mismo que, como hemos dicho, subsiste en la trinidad, ha creado todas las cosas.
Creemos también que Juan Bautista ha sido por el mismo Dios enviado, es santo y justo y lleno del Espíritu Santo desde el seno de su madre.
Creemos en el corazón y confesamos con la boca que la encarnación de la divinidad no fue realizada ni en el Padre ni en el Espíritu Santo sino solamente en el Hijo.
De modo que el que era en la divinidad el hijo de Dios Padre, verdaderamente Dios por el Padre, fue hombre verdadero por la madre, tuvo carne verdadera asumida del vientre de la madre y alma humana racional.
En ambas y en cada una de las naturalezas, es decir, Dios y Hombre, es una sola persona, un hijo, un cristo, un solo Dios con el Padre y el Espíritu Santo, autor y gobernador de todas las cosas.
Nacido de la Virgen María en la Navidad con carne verdadera, comió, bebió, durmió y descansó fatigado por el camino. Padeció en la verdadera pasión de su carne, murió con la muerte verdadera de su cuerpo, y resucitó con la verdadera resurrección de su carne y con la verdadera reasunción de su cuerpo por su alma.
En este estado, luego de comer y beber ascendió al cielo, esta sentado a la derecha del Padre, y de esta forma vendrá juzgar a vivos y muertos.
Creemos con el corazón y confesamos con la boca a una sola iglesia católica, santa, apostólica e inmaculada, fuera de la cual creemos que nadie se puede salvar.
No reprobamos en modo alguno los sacramentos que en ella se celebran, con la cooperación del poder inestimable e invisible del Espíritu Santo, aunque fueran celebrados por un sacerdote pecador, mientras este sea recibido por la Iglesia.
No reprobamos de modo alguno, ni nos apartamos de los oficios eclesiásticos y de la bendiciones celebradas por tales sacerdotes. Antes bien, los aceptamos benévolamente como si fueran hechos por un sacerdote justísimo.
Aprobamos el bautismo de los niños. Creemos y confesamos que si murieren después del bautismo y antes de cometer algún pecado, son salvos.
Creemos también que en el bautismo se perdonan todos los pecados, tanto el contraído con el pecado original, como los cometidos voluntariamente.
Creemos que la confirmación hecha por un obispo, es decir la imposición de manos, ha de ser recibida como santa y venerable.”
Firmemente creemos y simplemente afirmamos que el Sacrificio, es decir, el pan y el vino después de la consagración con el cuerpo y la sangre de Jesucristo.
En esta consagración no añade nada en mejor o pero el hecho de que el celebrante se un buen o mal sacerdote.
Concedemos y aceptamos gustosamente que se puede conceder el perdón a los pecadores que se arrepienten de corazón y que dan satisfacción con sus obras, según las escrituras.
Veneramos la Unción de los enfermos con óleo consagrado.
No negamos, según dice el Apóstol, que se puedan contraer nupcias carnales.
Prohibimos de ordinario que en modo alguno sean disueltas las nupcias ya contraídas.
No condenamos las segundas nupcias.
Humildemente alabamos y fielmente veneramos a los órdenes eclesiásticos, es decir, el episcopado y el presbiterado, así como a los demás inferiores y superiores, y todo lo que lee o se canta ordenado por la iglesia.
Creemos que el Diablo se hizo malo por su libre voluntad y no por su propia naturaleza.
No condenamos en modo alguno la ingesta de carne.
Creemos de corazón y con la boca confesamos que hemos de resucitar en esta carne que llevamos y no en otra.
Firmemente creemos que habrá un juicio futuro realizado por Jesucristo, y que cada uno recibirá lo merecido por lo hecho en esta vida, premio o castigo.
Creemos que la limosna, el sacrificio, y los demás beneficios pueden aprovechar a los fieles difuntos.
Y porque, según el apóstol Santiago, la fe sin obras está muerta renunciamos al siglo y todo lo que poseíamos, y tal como ha sido aconsejado por el Señor, lo distribuimos a los pobres, y decidimos ser pobres, de modo que no nos preocupamos del mañana, ni de poseer oro ni plata, ni nada más fuera de la comida o del vestido cotidiano de quien quiera proporcionárnoslo.
Nos proponemos observar como preceptos los consejos evangélicos.
Confesamos y creemos que se pueden salvar quienes permanezcan en el siglo, manteniendo sus propiedades, haciendo con sus bienes limosnas u otros beneficios, guardando los mandamientos del Señor.
Dejamos librado a vuestra discreción todo lo que hemos declarado, de modo que si sucediere que vengan algunos diciendo que son de los nuestros y no profesaren esta misma fe, sabed con certeza que no son de nuestro grupo.
Estoy escribiendo un libro sobre este gran hombre de Dios.